EL GRAN MOGOL Y EL
TAAJ-MAHAL.
En el siglo XVII en India, de la dinastía de los grandes Mogoles como
Tamorlan <<El
azote de Dios>> que hizo temblar al mundo oriental y recibir a la vez
felicitaciones de los europeos se
encuentra el Gran Mogol Shah-Jehan. Nieto de Akbar <<El
victorioso>>, emperador indostánico musulmán, artista, guerrero, árabe barboso
con el pecho cubierto de collares de perlas, rubíes y zafiros que penden de su cuello
como islas de un océano con el turbante de múltiples colores y un diamante en
el centro con plumas de pavo real para satisfacción de la vanidad. El príncipe
Shah.-Jehan creció y se desarrolló en el palacio de su Abuelo en Delhi, capital
de las Indias. De calles rectas y anchas, ruidosa por las risas abiertas de las
mujeres que a diferencia de las otras mahometanas ríen sin miedo de ser vistas
y castigadas por los prejuicios de los hombres.
La casas de Delhi con amplios miradores son la estancia para sus
habitantes que se sientan a fumar pipa y pasar sus tardes con el gentío. Los
toros, búfalos, elefantes, vacas pasean estrepitosamente con ánimos de deidad
pero asustados por el bullicio de los transeúntes pensantes. Sus músicos al son de las violas campestres adornan el
ruido y lo apacientan. Los mercaderes que carecen de tiendas llevan sus
mercancías a las calles, llevan una vida
doble llenos de injurias y rachas para sus congéneres y de hipócrita
generosidad oriental para los extranjeros en especial para los estadounidenses debido a
las incontables riquezas que han escuchado de su país. Los reverencian, les
regalan joyas y se decepcionan cuando estos rehúsan a comprarlas.
La belleza del Delhi se concentra en “El palacio de Delhi”. Una doble muralla de
granito rojo y torres rematadas en cúpulas, de enormes dimensiones, sus cuadras
tienen espacio para diez mil tropas de caballos, sin olvidar a los elefantes
destinados a pelear con los tigres y a servir de montura para los invitados del
Gran Mogol que iban cargados de regalos, ansiosos de estar en presencia del
majestuoso emperador. Todo aquel que hablase con el emperador Akbar <<El
victorioso>> por ley tenía que recitar sin refutar una oración llena de florituras
y metáforas sobre él.
Un día cuando Shah-Jehan irrumpió en el diván, salón en donde Akbar
recibía a sus súbditos, funcionarios y designados de su cortejo, sentado en su trono
de oro macizo llamado Pavo real cubierto
de piedras preciosas como esmeraldas, rubíes que ocupaban hasta el dorsal. Un funcionario
pronunciaba las poderosas palabras de su
oración:
Sol de la felicidad y del
poder
Esplendor de
magnificencia imperial…
Se quedó como la estatua a su derecha, en seco y con los ojos fijos. No recordaba las siguientes
hipérboles. El emperador rojo de cólera mando a sus soldados a degollarlo y
traerle su cráneo para utilizarlo en sus monumentos futuros y servir de muestra
para los rebeldes y desmemoriados que se olvidaban de la santísima oración. Shah-
Jehan con apenas 16 años, siendo príncipe ya observaba los castigos que su
abuelo Akbar imponía. Él que gozaba de un corazón débil inservible para su
futuro puesto como emperador, sentía aversión por estas obscenidades.
—Majestad, toda vida es sagrada, sea cual sea la casta que revista.
—Mi querido Shah-Jehan una rupia no es lo mismo que mil rupias, así como
estos no lo son con nosotros.
Al príncipe no le quedaba más que mejorar su postura en el trono
pequeño a comparación del Pavo Real y aceptar los decretos del emperador.
Si bien toda vida era sagrada,
la inverosimilitud que Shah- Jehan encontraba
en el pueblo Indostánico casi lo hace cambiar de opinión. La veneración
desenfrenada a los animales, a las
vacas, toros, búfalos serpientes y demás. Ellos desfilaban por las calles
y los veneradores se postraban a
adorarlo. Quien estorbaba el paso de uno de los sagrados animales era castigado
condenándolo al encierro.
En las visitas del príncipe a los mercados de la ciudad vio disfrutar
de las aguas del río Yamhuna a un indostánico semidesnudo, distraído de la Naja
(serpiente celebre en India) que se encontraba al lado de éste. Cuando abrió
los ojos le pareció ver al diablo y a dios en el mismo ser, la Naja de cuatro
ojos, capuchón manchado y dientes como
cuchillos con veneno no tenía miedo. Ella y todos los animales se dejaban
agarrar sin recelo porque el respeto de los indostánicos hacia ellas había
acabado con su instinto atacante, con su alarma natural. El indostánico cedió,
no gritó, era fuerte pero no hizo lo que la rabia de un hombre libre hace.
Luego vino la reverencia del privilegio de ser mordido por una serpiente, en
especial una Naja.
Shah-Jehan se sentía como un anacrónico pez fuera del agua, como una
serpiente sin respeto, como un brahmán pacifista, pensar siquiera en otra
religión que no fuese la suya, era más blasfemo
que lo del pez y la serpiente. El joven
príncipe siguió creciendo, sobre todo en sabiduría y entendimiento, tomó como
maestro y guía al Rey Salomón, el cual decía: Nada bueno hay bajo el sol, el
destino de la humanidad es un destino común, la maldad y la bondad no importan
cuando termina en polvo y cenizas.
Pero también el rey Salomón manifestaba:
Anda, come con alegría tu pan
Y bebe de buen gusto tu vino que Dios está contento con tus obras.
Vive la vida con la mujer que amas
Todo el tiempo durante tu existencia.
No puedo hacer preterición a las palabras; Con la mujer que amas. ..
No era soledad, no. Era su insomnio sin dedicación. Sus turbantes y
ropas limpias sin motivo, los múltiples
elefantes con una sola montura, sus joyas más brillantes que el sol, los
súbditos sumisos, los banquetes demasiado fastuosos que acababan en desperdicio.
Nada servía para vivir la vida que Salomón decía y que en el fondo, quizás, él
quería.
Le comunicó a su abuelo Akbar <<el victorioso>>.
Extrañamente éste no objetó sino que adelantó “El día de la elección”, pues la
tradición es que el príncipe heredero del imperio Mogol elija a quien desposar
a los 21 años, no a los 17.
Venían de todos lados a su cita pre-conyugal. La primera en audicionar
en el diván fue la princesa Mirha. Piel cobriza, ojos saltones de vaca, lunar indostánico
en medio de la frente, ancha de caderas y fina de cintura, la misma esencia
juvenil de Jade de “Los mil y un días”.
No atrajo la atención del príncipe más que por su belleza.
Habían pasado 20 participantes y ninguna conseguía o él no conseguía que ninguna moviera su frágil
corazón. Hasta que la princesa Taba de la ciudad de Ceilán, el gran centro budista llegada de Europa, culturalizada, de
indumentario blanco que la cubría de los pies hasta el cuello seguido por un
velo seguido por un turbante blanco. Toda ella parecía cristalino y puro excepto
por las cuerdas vocales graves de hombre Cingalés que la sacaron a estruendosos gritos del salón.
Shah- Jehan sintió vergüenza y desesperación
Después de un rato se presentó la número 22. Ella no pudo pasar
desapercibida por la vista del heredero e incluso del indiferente Akbar.
Arjumand Banu, mujer de ojos rasgados en forma de Almendra de todas
las beldades orientales, tez de leche y rosas, indumentaria sencilla con el
toque actual de las mujeres de Delhi.
El príncipe Shah-Jehan no la quería, absurdo decir que sí. El amor a
primera vista no existe, solo es una buena primera impresión queriendo
aparentar aún más.
No la amaba pero estaba dispuesto a hacerlo, y ese compromiso vale más que sentir la ilusión vana y efímera.
La suntuosa boda se celebró en el mismo castillo de Delhi, no menos de 2000
invitados. La mayoría correspondiente al
clero del príncipe. Con encantadores de serpientes como entretenimiento
principal, haciendo bailar a las sapwallas
para después dejarlas libres por toda la pista. Para lástima del ya gran
amor que él adquirió por su esposa Arjumand Banu, digo adquirió porque pese a
que el amor a primera vista no exista es el único que se siente aunque el
tiempo lo enajene, los demás se adquieren
y va enajenando al tiempo mismo. Su feliz matrimonio no sería como el precepto
de Salomón ‘para toda la vida’. La princesa
esposa estaba enferma. Varios médicos de las afueras de la ciudad la visitaron,
ninguno logró dar con el nombre de la rara enfermedad. Fiebre, tos sangrienta,
dolor corporal intratable hasta para las hierbas mágicas de la región.
Shah-Jehan, consciente del terrible momento que no sería solo momento sino eternidad,
la muerte inmortaliza como nadie. Comenzó el casi interminable proyecto de
crear una poesía con estructura de palacio. Fúnebre, grande y majestuoso que
intente enaltecer y dar gracias a la
emperatriz por haberlo amado y
permitirle vivir su vida con la mujer que amaba. Es así que El TAJ- MAHAL de los desiertos de una ciudad
como Agra se erigió. El responsable de
la diseño fue el arquitecto Ustud-Isa. Se necesitaron más de treinta mil obreros
cuyas manos trabajadoras y sucias fueron cortadas para que no se atrevan a replicar
al inmejorable palacio.
Su diseño fue netamente
árabe, incluso más árabe que oriental,
cuadrado, una asaz cúpula y cuatro minaretes tomando el lugar de ángulos en la
tremenda plataforma que le sirve de base. El elemento principal que hacía del
Taaj-Mahal diferente a las mezquitas de la India y del mundo es el mármol
blanco y nítido acaso igual a la blancura de la futura difunta emperatriz. El
palacio no tenía nombre Shah- Jehan no
se preocupó por eso, el nombre de Taaj Mahal fue invención de los persas quienes
sitiaron al imperio Mogol después de la muerte de su emperador. La traducción sería la corona de Mahal. "Mahal" es
una derivación corta de Mumtaz Mahal, el
nombre real con el que Arjumand Banu reinó.
En las esperanzas más quiméricas del romántico Shah-Jehan figuraba la
proporcionalidad del tiempo entre la muerte de su emperatriz y la construcción
total del palacio. Pero el tiempo no estaba de su lado, pues ella murió
faltando 5 años para terminar el majestuoso palacio-féretro. Indescifrables fueron las últimas palabras
pronunciadas por la agónica emperatriz. Así que la historia no conocería sus,
seguramente, sabias palabras. Adolorido pero vehemente invadió una sala roja del
castillo de Delhi con velas blancas y un lecho de reposo momentáneo en donde su
esposa durmiera por unos años.
Diez años pasaron para que “La construcción del amor” fuese terminada
Ya lista hasta la brisa que
turbia las aguas de El estanque de los jardines del Taaj-Mahal la huesuda reina
entró cargada por los brazos del mismo compañero de siempre. El mismo amado. El
que le dio al amor una estructura de mármol y minaretes blancos y gracias a
este Gran Mogol la generación de miles
de indostánicos, europeos, americanos pasean por su panteón, recordando y codiseando
vivir un amor como el de los contiguos a ellos (sí, ella no era la única habitante, antes de morir
el emperador Shah- Jehan ordenó como claustro el mismo que ostentaba su
adorada).
El Taaj Mahal, donde lo hecho por
la naturaleza y el hombre parecen no diferir. Por exceso de belleza es algo pueril
en fuerza de ser desvirtuado e imitado por descendencias ineptas, pero también
la ansiedad y el alivio se repiten y lo más hermoso de nuestra existencia
también.
Mientras los que visiten este mausoleo se enamoren y los que están enamorados dejen su amor morir
en El
amor. El Taaj Mahal seguirá siendo el creador de las atmosferas poéticas,
de las pasiones. El lugar donde el agua es la primera melodía escuchada por los
humanos y se mueven al compás de la redondez de la luna y la llama del sol. Y
donde el amor no muere nunca sino entre dos tumbas con una enorme lámpara en
medio que arde día y noche.