'Luna
espejo del tiempo' la
fragilidad y la periodicidad han dado ese título al oro vestido de plata pegado al cielo
solitario.
Esa noche
le vio algo más que las acostumbradas formas que los humanos le han dado, le
vió su cara, dos huecos que suponían ser ojos, una línea curva no tan
curva. Me complazco al descifrar que tal vez esté buscando una expresión,
quiere saber qué cara poner al ver a todo ese planeta lleno de tierra y de mar,
y de algo más.
Pero,
percibía que esa noche estaba clavando sus enormes huecos plateados en él, y lo
peor, no podía decirle a nadie, o lo tomarían por loco o la luna dejaría de
expresarse para él, conjeturó que ella ( es una hermosa mujer) le había
adjudicado el misterioso placer de ver su rostro.
Afuera en
la calle Mein, esas alucinaciones parecían bastantes verosímiles, al llegar de
su casa, el olor tenue aunque insoportable de sus metas discordiadas, le
disiparon del más minúsculo recuerdo de la aventura lunera de esa noche.
El sueño no
llegaba a su cita con él, todavía, así que saco una copia de
"ficciones" de Borges, releyó el primer cuento de esa colección,
"Tlon, Uqbar, Orbis Tertius" este tan casi comprensible relato decía
que los espejos eran abominables y la cópula eran abominables porque
multiplicaban el número de hombres.
Un
aforismo bastante convincente, nada sutil, pero eso era lo bueno de la
literatura, dejan de un lado la sutileza para realizar una expedición a la
verdad, y nadie los ve como pecados o injurias.
Lo cierto
es que -pensó- uno lo espejos lo hacen de una manera efímera y la cópula
también pero le otorga a esa abominación un propósito existencial, un rostro,
un cuerpo y mucho tiempo, aunque siempre le haría falta más, así lo utilice
para no hacer nada.
Seguía el
sueño sin aparecer, entonces la idea de llamar a un viejo amigo incurrió en su
mente.
—Arnol
—Pronunció apenas el ya casi desconocido amigo
cogió el teléfono—
—Soy yo,
Herbert, de la casa de alado, 15 años, los mejores de todos.
—Herbet ,
tanto tiempo sin oír de ti.
—Necesito
tiempo, Arnol, mucho tiempo, no hice lo que quería y la luna me lo ha
reprochado esta noche
—No te
comprendo.
-—Arnol,
escribir, escribir, 'hacer algo más'
—lo
recuerdo, ¿no lo lograste?
—(Colgó.)
Ahora
esas malévolas palabras, le sofocaban las sienes.
La
incesante gama de recuerdos buenos y malos le dolían en la cabeza, Una breve
reseña de la vida de él se podría definir en una sola palabra ya dicha por su
memorioso amigo.
Una larga
sería esta: comenzó a los 10, un breve libro, de naturaleza infantil, como el
principito, centralizó sus ojos y sus más indescifrables miedos, en vano sería
tratar de entender el móvil que lo adentró hacia este mundo escéptico, frío, desdichado,
y feliz.
Le
fascinaban claro, los escritos de todos los que leía, las palabras le
desbordaban el corazón, la combinación producida de una palabra con otra, la
admiración se tornó de un color pálido, solo la sentía por ellos, por los
buenos artistas.
Su vida
muy normal y pequeña en la grande esfera de la sociedad, de una familia
laboriosa e indolente hacia los terceros, incluso hacia ellos mismos.
Cuando lo
descubrió, el compromiso absurdo y el contento no dejaban de seguirlo, quería
hacerlo, lo quería, no le bastaba solo con leer, necesitaba escribir y,
viceversa. Pero el miedo como siempre postergando lo impostergable, le hacía
pensar que tenía tiempo.
Pero,
enhorabuena, llegó a sucumbir en ese hermoso miedo revelador de hablar con las
letras, de ya no vivir por ti, sino por ellas, de dejar a un lado la verguenza
de citarse a él mismo, junto a esto vendría la inmortalidad, lo que todos
y también él anhelaba.
La misma
ambición inútil de los anteriores a él, ser diferente o encajar en las
igualdades de cada persona, sin embargo la verdad era esta:
Quería
parecerse, sin duda a los grandes maestros; podría estar mal, pero tenía un
argumento defensivo contra tal sentencia; todos se parecen a todos, uno no es
uno solo por uno si no por otro, cruel verdad, pero lo pensó y lo seguirá
pensando ninguna afición, gusto, interés es autónomo, todo proviene de un motor
principal, casi heredado, y maldita sea.
Si esto
estaba mal, había un objeto infame; cuando escribiera, sabía muy bien que su
alma y el papel tenían que jugar entre ellas, encontrarse, su conciencia no
apelaba tal acto de egolatría, nunca nadie había conocido tal alma, pero se
decía a él mismo que un papel y la justa retórica, no sería indignos de
explorarla.
Estos
desasosiegos con práctica y largos años podrían omitirse, pero el miedo a
no ser bueno, o más desgraciado aún, interpolarse entre lo bueno y lo malo, no
ser ni de aquí ni de allá seria la peor de las infortunios, deseaba conocer el
origen de tanta vanidad, porque la avidez por demostrarle a todos la
estética de una flor, de un paisaje, de una historia de amor, de la vida,
para él podría ser intelecto pero para los demás sería arrogancia.
Por todas
estas razones, decidió dejarse nublar los ojos por la felicidad y lucir
forsadamente los anteojos de la realidad.
Fue a la
Universidad de Chayai, carrera de ciencias de la comunicación con un postgrado,
ya estaba hecho.
El
tiempo ayudo, verdad, pero a mitigar o apaciguar las ansias y los suspiros.
La
vigilia se fue, y una vez más, la eternidad lo abordó y la luna le
cerró sus ojos.