sábado, 29 de noviembre de 2014

Borges en Herbert.


'Luna espejo del tiempo' la fragilidad y la periodicidad han dado ese título al  oro vestido de plata pegado al cielo solitario.
Esa noche le vio algo más que las acostumbradas formas que los humanos le han dado, le vió su cara, dos huecos que suponían ser ojos, una línea  curva no tan curva. Me complazco al descifrar que tal vez esté buscando una  expresión, quiere saber qué cara poner al ver a todo ese planeta lleno de tierra y de mar, y de algo más.
Pero, percibía que esa noche estaba clavando sus enormes huecos plateados en él, y lo peor, no podía decirle a nadie, o lo tomarían por loco o la luna  dejaría de expresarse para él, conjeturó que ella ( es una hermosa mujer)  le había adjudicado el misterioso placer de ver su rostro.
Afuera en la calle Mein, esas alucinaciones parecían bastantes verosímiles, al llegar de su casa, el olor tenue aunque insoportable de sus metas discordiadas, le disiparon del más minúsculo recuerdo de la aventura lunera de esa noche.
El sueño no llegaba a su cita con él, todavía, así que saco una copia de "ficciones" de Borges, releyó el primer cuento de esa colección, "Tlon, Uqbar, Orbis Tertius" este tan casi comprensible relato decía que los espejos eran abominables y la cópula eran abominables porque multiplicaban el número de hombres.
Un aforismo bastante convincente, nada sutil, pero eso era lo bueno de la literatura, dejan de un lado la sutileza para realizar una expedición a la verdad, y nadie los  ve como pecados o injurias.
Lo cierto es que -pensó- uno lo espejos lo hacen de una manera efímera y la cópula también pero le otorga a esa abominación un propósito existencial, un rostro, un cuerpo y mucho tiempo, aunque siempre le haría falta más, así lo utilice para no hacer nada.
Seguía el sueño sin aparecer, entonces la idea de llamar a un viejo amigo incurrió en su mente.
—Arnol —Pronunció apenas el ya casi desconocido amigo cogió el teléfono—
—Soy yo, Herbert, de la casa de alado, 15 años, los mejores de todos.
—Herbet , tanto tiempo sin oír de ti.
—Necesito tiempo, Arnol,  mucho tiempo, no hice lo que quería y la luna me lo ha reprochado esta noche
—No te comprendo.
-—Arnol, escribir, escribir, 'hacer algo más'
—lo recuerdo, ¿no lo lograste?
—(Colgó.)
Ahora esas malévolas palabras, le sofocaban las sienes.
La incesante gama de recuerdos buenos y malos le dolían en la cabeza, Una breve reseña de la vida de él se podría definir en una sola palabra ya dicha por su memorioso amigo.
Una larga sería esta: comenzó a los 10, un breve libro, de naturaleza infantil, como el principito, centralizó sus ojos y sus más indescifrables miedos, en vano sería tratar de entender el móvil que lo adentró hacia este mundo escéptico, frío, desdichado, y feliz.
Le fascinaban claro, los escritos de todos los que leía, las palabras le desbordaban el corazón, la combinación producida de una palabra con otra, la admiración se tornó de un color pálido, solo la sentía por ellos, por los buenos artistas.
Su vida muy normal y pequeña en la grande esfera de la sociedad, de una familia laboriosa e indolente hacia los terceros, incluso hacia ellos mismos.
Cuando lo descubrió, el compromiso absurdo y el contento no dejaban de seguirlo, quería hacerlo, lo quería, no le bastaba solo con leer, necesitaba escribir y, viceversa. Pero el miedo como siempre postergando lo impostergable, le hacía pensar que tenía tiempo.
Pero, enhorabuena, llegó a sucumbir en ese hermoso miedo revelador de hablar con las letras, de ya no vivir por ti, sino por ellas, de dejar a un lado la verguenza de citarse a él mismo,  junto a esto vendría la inmortalidad, lo que todos y también él anhelaba.
La misma ambición inútil de los anteriores a él, ser diferente o encajar en las igualdades de cada persona, sin embargo la verdad era esta:
Quería parecerse, sin duda a los grandes maestros; podría estar mal, pero tenía un argumento defensivo contra tal sentencia; todos se parecen a todos, uno no es uno solo por uno si no por otro, cruel verdad, pero lo pensó y lo seguirá pensando ninguna afición, gusto, interés es autónomo, todo proviene de un motor principal, casi heredado, y maldita sea.
Si esto estaba mal, había un objeto infame; cuando escribiera, sabía muy bien que su alma y el papel tenían que jugar entre ellas,  encontrarse, su conciencia no apelaba tal acto de egolatría, nunca nadie había conocido tal alma, pero se decía a él mismo que un papel y la justa  retórica, no sería indignos de explorarla.
Estos desasosiegos con práctica y largos años  podrían omitirse, pero el miedo a no ser bueno, o más desgraciado aún, interpolarse entre lo bueno y lo malo, no ser ni de aquí ni de allá seria la peor de las infortunios, deseaba conocer el origen de tanta vanidad, porque la avidez por demostrarle a todos  la estética de una flor,  de un paisaje, de una historia de amor, de la vida, para él podría ser intelecto pero para los demás sería arrogancia.
Por todas estas razones, decidió dejarse nublar los ojos por la felicidad y lucir forsadamente los anteojos de la realidad.
Fue a la Universidad de Chayai, carrera de ciencias de la comunicación con un postgrado, ya estaba hecho.
 El tiempo ayudo, verdad, pero a mitigar o apaciguar las ansias y los suspiros.

La vigilia se fue,  y una vez  más, la eternidad lo abordó y la luna le cerró sus ojos.