La estilográfica de tinta negra había sido, por muchos años, la única acompañante, y me atrevería a decir, amiga de Ariosto, su amiga le permitía dibujar las
letras que su corazón huraño le dictaba.
En la mañana de un miércoles de ceniza ese artificio iba a
dar sus últimas exhalaciones.
El ensimismado Ariosto acometió contra su fornido pecho con su desusado puñal egipcio con
grabados, que jamás se preocupó por descifrar
Por suerte dejó una nota que decía:
Se le acaba la tinta y yo no aguanto la soledad.