lunes, 27 de abril de 2015

Coloquio con la luna.

Como ya era costumbre de mis noches, atravesé el portal de mi casa y fui a verla, esta noche mi amiga parecía más lejana que nunca, pero aun así su luz abrigadora y al mismo tiempo fría seguía acompañándome. Yo le contaba los vericuetos de mi vida, los momentos felices y los problemas.
Después de un día de misa, la abrume con mis dudas sobre Dios. Mi familia creyente en demasía lo sabía, pero su preocupación no era tanto como para preguntarme la causa de mi incertidumbre
Qué difícil se vuelve la vida- le dije- cuando ya no crees en Dios o peor aún, cuando dudas de él. Sin esperar el por qué imposible de ella seguí
Ella me dijo que no es cuestión que sea  real o no Dios, es cuestión de sentirlo.
Que importa los miles de pruebas que hay de su existencia o inexistencia,  en vano miles de personas han intentado hacerlo, menos mortificante es la descomunal fe y listo.
Era cierto porque yo lo sentía, su invisibilidad y su presencia obvia, pero ahora hago un esfuerzo sobrehumano para creen en él. Y otro más que sobrehumano para amarlo, porque aunque no puedo decir que no creo en el, por el maldito beneficio de la duda,  amarlo, ver con un objetivo(más allá del sin objetivo) ser feliz o ser  triste, se volvió....muy lejos de mis posibilidades.
-Tendré que seguir adelante- le dije- sin nadie sepa mis pasos antes de si quiera existir un camino para realizaros, ni sepa lo que está al otro lado de la puerta, sin recompensa por mis buenas o malas acciones.
Ella  estaba segura de que mi infelicidad ante la  vida era porque me negaba a creer en él, y yo le decía que aun creyendo en él, mis problemas no se iban a ir, y tampoco podría ser feliz porque mi infelicidad radicaba en mi mismo. La desdicha inexorable no podía quitármela nadie. El peso de la conciencia no se me iba a curar así.
-Quizás-le dije- la libertad no es algo que me siente muy bien.
Aunque estaba en tal estado no iba a permitirme creer por miedo a lo que podría ocurrirme.
-Si crees por miedo, no cuenta-dije cerrando los ojos y dejando un suspiro como símbolo de resignación inquebrantable.
También le conté la situación con Fisgon.
 “Me abandonaron otra vez, y no dijo adiós, para que lo esperara siempre.” Desde que él se fue, no incurrí en la promiscuidad como lo había hecho con los anteriores. Solo me puse a leer intentar e intentar escribir.(como si eso salvara)necesito algo que me salve cuando ya no pueda salvarme la literatura. Ella entendía que los libros me hacían daño pero también sabía que no encontraba mejor refugio que en ellos.

Ya una indiferencia profunda había abordado mi corazón, una indiferencia al mundo parecida al deseo de morirse.

martes, 7 de abril de 2015

El Espejo Negro.

-Es extraño- dije- aunque haya luz, ésta no acaba con la sombra.

-¿Eh?.Otra vez con tus razonamientos raros.- dijo Aimé

-Pero pensalo che,-dije- la sombra esa cosa que es producto de la luz y paradójicamente es oscura, es un terrible espejo negro, se parece al fuego, al agua y al aire, porque existen por si solos y siempre han existido.
-    -Al igual que Dios- dijo entusiasmada Aimé, como si hubiese descubierto una verdad sobre el mundo.
-    -Con la diferencia -dije- que a Dios no lo vemos, a la sombra, inexorablemente, sí.
-   Todo esto empezó cuando era pequeño, le temía a la oscuridad, siempre dormía con la luz encendida,  miraba a la pared, y estaba ella, asechandome otra vez, imitándome a mi y al oscuridad que tanto temía, y también me tuve miedo porque yo la provocaba, la permitía yo era esa sombra, esa oscuridad.
-    -Ahora eres grande y viejo y sigues con tu miedo.-dijo Aimé.

-   -Nunca le dejare de temer es como una pequeña dosis de oscuridad puesta en mi, que no se acaba ni aunque prenda la luz.

domingo, 5 de abril de 2015

La Fiesta de la Escopeta.

Habían pasado cuatro años desde que un humilde campesino cambió el común significado  de la escopeta, en vez de  matar a un hombre mató a un conejo,  vio que era bueno, y desde ahí la escopeta se utilizó  para la caza de aves, conejos, liebres, etc.
Esta arma de fuego se volvió tan importante para los habitantes de nuestro pueblo, que decidieron  rendirle homenaje organizando una fiesta en la cual todos por orden del gobierno deben presentar un regalo que denote nuestro  agradecimiento a la escopeta, y si no lo hacía la misma escopeta terminaba con sus vidas.
Y yo como soy escritora, me adjudicaron la tarea de escribirle a ella.
 Me era difícil,  nunca he podido escribir sobre lo que no siento, y no creo poder nunca, nunca admire la escopeta, ni la venere, solo era  una simple cosa que les permitía no morirse por hambre, pero no suprime a las otras causas de  muerte, y aunque ridículo y egoísta mi razonamiento seguía sin interesarme esta fiesta.
Fui a la oficina del alcalde y le dije.
-Sabe que yo no soy una esclava  como ustedes, yo soy libre.
Apenas termine de decir esto, el alcalde emitió una rencorosa e irónica sonrisa. Luego llamó a los guardias y arremetieron contra mí, agarraron mis brazos, yo vociferaba y hasta creo lo mordí.
Me llevaron a un calabozo oscuro,  con paja y ratas, en donde ni la luz de la luna entraba. Pensé que sin contar  la compañía roedora estaba sola pero a unos cuantos pasos de mi estaba un hombre andrajoso y vestido con harapos sostenía un papel y una pluma, parecía haber estado mucho tiempo allí.
-¿También te obligan a escribir? Le pregunté.
-Antes solo escribía cuando me sentía desdichado,  ahora todo el tiempo soy desdichado porque estoy aquí y porque me obligan a escribir sobre algo que no quiero.
Lo mismo me sucede- le dije- Esa escopeta  sin disparar ya descarga sus proyectiles sobre nuestras alas, sobre nuestra libertad.
El chico al igual que yo no tenía nada escrito a excepción de unas cuentas maldiciones e  injurias hacia las personas y la escopeta.
-¿Qué haremos?- le dije- o escribimos o nos morimos
-Moriré con la pluma en alto - dijo- espero a la escopeta.
-Yo también - le dije.

Y así lo hicimos.

jueves, 2 de abril de 2015

Los Males.

La manecilla pequeña del reloj  estaba fijada en el número seis, cuando Mark se sumó a la lista invisible de Ignacio Brosnoli.
Fue y dijo:
-No duermo, el sueño ya no me quiere, no viene.
Una vez más Ignacio preguntó:
-¿Causa?
-El día y la noche, el continuo hacer y deshacer de la vida, los sinsabores de una alegría maltrecha.
Y cómo único consejo:
-Toma pastillas.
El día anterior, Guido Detroski le confesó su aparente mala suerte en el amor
-Me gustan pero su recuerdo me gusta más, no son ellas, soy yo, las conozco vamos al cuarto , me enamoro y le digo adiós y lloro como el niño a quien le han quitado su mejor amigo de apenas diez minutos de conocido.
Y como consejo:
-Deja te de enamoramientos, mejor si lo metes y no prometes.
Charles fue después de Mark:
-Hay alguien más que yo en mí, es otro yo, solo existe en mis pensamientos, cuando hablo soy uno, cuando pienso soy otro. No fuese tan malo si pudiera decírselo a alguien pero me está vedado y no sé por cuál de los dos.
-Tienes que ir a un psiquiatra.
Luego vino Spencer
-Lloro, la otra vez me dijeron ‘inconforme con quien eres’ y fueron 30 minutos de lagrimas impúdicas, ciegas porque estaba con mi madre y hermanas, no se apiadaron, me dejaron la cara corrompida de formas extrañas , ojos y nariz de un rubi sin brillo con olor a fétida sal y mocos verdes pegajosos.
-Razón- preguntó su amigo.
La mayoría de veces he llorado por insultos como ese y quizás no sean realmente insultos solo que saber que los demás reconocen mi debilidad, me agravia, me extenúa más. Me parezco a la tortuga que jamás sale de su caparazón excepto cuando miran su lado oculto, hasta para ella.
El hecho aquí (ya entrevisto) es el don de escucha y consejería inútil de Ignacio que ejercía en los amigos, en los amigos de los amigos y conocido de los amigos y conocidos de los conocidos.
Reparándose de los consejos indiferentes que daba a los desdichados,se arriesgó al método menos practicado (y es entendible el porqué) por cualquier psicólogo o psiquiatra, admitiendo la débil esperanza de lograr comprobar su teoría de que en un problema de un hombre están las causas de infelicidad de todos los hombres.
Quería engendrar intencionalmente en él mismo los problemas de cada uno de ellos y obtener la fatídica solución para luego suministrarla a sus amigos.
El orden no importaba.
Fue al burdel más cercano y se aventuró en el mal de Guido; la desgracia del amor.
-Vamos a mi casa, es mejor que aquí –le dijo a la muchacha flaca y blanda a fuerza de tantos ultrajes por viejos adúlteros. Ella aceptó.
Fue un sexo escueto, con sabor a residuos de otras pieles y la inocencia de alguien quien nunca antes ha amado.
No requirió una alteración de sus fuerzas para incurrir en el insomnio, Pensaba y repensaba en el sucedo de hace unos minutos, y en el GRAN problema en que se había metido, quizás desprovisto de solución.
Ahora, el otro mal: llanto, Para el casi indolente Ignacio esta suponía ser la más ardua tarea.
Esa incertidumbre se esfumó cuando la muchacha al día siguiente se marchó.
No sé si Brosnoli logró enamorase, creo que él tampoco lo supo, pero lloró. Lagrimas puras bajaban de sus ojos somnolientos, las gotas de agua más tristes y primeras y últimas de alguien que ve a la única mujer que nunca quisiera, cerrar la puerta. Lagrimas insoportables para unos ojos estoicistas. Lagrimas que se confundían en los días en que el cielo lo perforaba con su lluvia. Y la gente miraba indiferente.
No importa, jamás lo volveré a ver –seguro pensaban.
Quieto en su cama Brosnoli mira el dibujo de las moscas en el techo, oye el rugir del viento. En las lentas horas se entretiene con un libro que jamás termina. Y ahí es cuando te cobran el precio por tener memoria o más bien, porque el corazón elija y no tu cabeza. Empiezan los va-i-vén, los sí y no del amor, los no siento pero no hinques el recuerdo que cualquiera siente su aguja. Ya había tomado pastillas pero en vano son éstas si lo que se quiere es dormir al corazón.
Brosnoli estaba ansioso, iba a llamar a un amigo para contarle sus recientes aflicciones pero se detuvo en el recuerdo del último y más raro mal, el de Charles.
La individualidad para él y para muchos es tema muy difícil, y más cuando se es consciente de ella. El silencio es la forma de soledad más triste, te encierras en una mente que no deja salir chillidos de palabras, te abruma y sigues caviloso sin caer en cuenta de lo que estás haciendo, y de ese acto tan extraño y tan de siempre es de lo único que nunca nos vamos a despojar. Todos los anteriores males habían atacado a alguien que tenía los labios sellados invisiblemente por el silencio, el mayor sellador.
La voluntad tuvo un extraño y tenaz papel en el asunto, porque se había enamorado otrora, había  llorado otrora, había insomniado otrora, pero lo que falto hacer otrora fue probar, y más que eso, saborear el arte del silencio.
No se excedía en el egoísmo de contar sus pesadumbres pero nunca un dolor digno de proferir se retuvo al silencio.
Descartando males dio con el problema de su teoría:
El amor no correspondido con un grito a los mil vientos podía apaciguarse.
El insomnio despertando a otro no se siente.
Las lágrimas si alguien las sabe secar son un agradable mal.
Inevitablemente quedó el silencio.
El silencio- se dijo- sólo lo apaga la muerte.
Entonces fue y termino con él.















lunes, 30 de marzo de 2015

La estilográfica.

La estilográfica de tinta negra había sido, por muchos años, la única acompañante, y me atrevería a decir, amiga  de Ariosto, su amiga le permitía dibujar las letras que su corazón huraño le dictaba.
En la mañana de un miércoles de ceniza ese artificio iba a dar sus últimas exhalaciones.
El ensimismado Ariosto acometió contra su fornido pecho con su desusado puñal egipcio con grabados, que jamás se preocupó por descifrar
Por suerte dejó una nota que decía:
Se le acaba la tinta y yo no aguanto la soledad.

jueves, 19 de marzo de 2015

Y sólo por toda esa poesía.

Los callados espejos eternizan
la carne y hueso
El alma sabe que está sola
y es una y todas
Las ojeras son leñas que aposentan al ojo
se vuelven tristes, porque no tienen historia,
no tienen:
razón,
sin razón
ni argumento ofensivo
y peor defensivo.

Y solo por toda esa poesía
las manos se rompen,
se  acaban tintas
nos quemamos los sesos,
la pluma dibuja letras poesídicas
buscan la palabra pero ya se ha ido
quizás el pájaro se la ha comido

jueves, 12 de marzo de 2015

Kevin Carter.

Leyendo un cuento sobre puñales y hombres  recordé del suicidio del fotógrafo Jhon Carter, aquí haré un alarde literario. Aumentare y disminuiré la realidad del hecho.
Carter viajo en 1933 al sur de Sudán acompañado de su grupo de congéneres fotógrafos “ El bang ban”. Carter y uno de ellos Joao Silva fueron a un Feed Center de la ONU donde personas afectadas por los estragos de la guerra descansaban. Como todo solitario Carter se separó de su amigo para tomar fotos, porque era un fotógrafo de catástrofes humanas, la anestesia a sus problemas era fotografiar  otros problemas, los cuales al llegar a casa lo hacían llorar. Detrás del lente de la cámara, cuya función como máscara es esconder el miedo.
 A una legua de distancia de una niña huesuda y con el brazalete de la organización, acuclillada con la cabeza baja se posó un buitre, nadie sabe si hambriento. Carter, procedió con desdén a capturar el en ese tiempo tranquilo paisaje.
Años después el fotógrafo recibió el premio Pulitzer por la foto símbolo de la pobreza, el capitalismo y los miradores indiferentes, por la que aparte ganó fama y casi fue la causa de su muerte.
Una estampida de conciencias heridas acarreo a Carter, ellas decían:
<<el buitre es él, tomo la foto y no hizo nada para evitar que se la comiera el otro>>
Después de recibir el premio, Carter escribió la nota, luego camino hacia el lago donde, dice, había sido feliz en la infancia. Se sumergió y no sé a los cuentos minutos murió.
Sin importar la foto,  él tenía problemas personales, no le gustaba que los demás conocieran sus miedos y debilidades, Si lloraba ante los demás era porque los demás lo veían llorar y ya no podía contener más las lágrimas. A más de esto  no tenía dinero, su trabajo como fotógrafo solo le alcanzaba como para no vagabundear por las calles, vivía de la pobreza de sus flashes.
Él ya había prefijado su muerte antes viajar. Incluso, solo viajo para poder morirse según él, dignamente y sin controversia.

La foto fue el subterfugio para su suicidio. Para no deshonrar su reputación, para que no supieran que era débil y que no podía con la vida. Y creyeran que fue culpa de ellos, por tantos vituperios.