jueves, 2 de abril de 2015

Los Males.

La manecilla pequeña del reloj  estaba fijada en el número seis, cuando Mark se sumó a la lista invisible de Ignacio Brosnoli.
Fue y dijo:
-No duermo, el sueño ya no me quiere, no viene.
Una vez más Ignacio preguntó:
-¿Causa?
-El día y la noche, el continuo hacer y deshacer de la vida, los sinsabores de una alegría maltrecha.
Y cómo único consejo:
-Toma pastillas.
El día anterior, Guido Detroski le confesó su aparente mala suerte en el amor
-Me gustan pero su recuerdo me gusta más, no son ellas, soy yo, las conozco vamos al cuarto , me enamoro y le digo adiós y lloro como el niño a quien le han quitado su mejor amigo de apenas diez minutos de conocido.
Y como consejo:
-Deja te de enamoramientos, mejor si lo metes y no prometes.
Charles fue después de Mark:
-Hay alguien más que yo en mí, es otro yo, solo existe en mis pensamientos, cuando hablo soy uno, cuando pienso soy otro. No fuese tan malo si pudiera decírselo a alguien pero me está vedado y no sé por cuál de los dos.
-Tienes que ir a un psiquiatra.
Luego vino Spencer
-Lloro, la otra vez me dijeron ‘inconforme con quien eres’ y fueron 30 minutos de lagrimas impúdicas, ciegas porque estaba con mi madre y hermanas, no se apiadaron, me dejaron la cara corrompida de formas extrañas , ojos y nariz de un rubi sin brillo con olor a fétida sal y mocos verdes pegajosos.
-Razón- preguntó su amigo.
La mayoría de veces he llorado por insultos como ese y quizás no sean realmente insultos solo que saber que los demás reconocen mi debilidad, me agravia, me extenúa más. Me parezco a la tortuga que jamás sale de su caparazón excepto cuando miran su lado oculto, hasta para ella.
El hecho aquí (ya entrevisto) es el don de escucha y consejería inútil de Ignacio que ejercía en los amigos, en los amigos de los amigos y conocido de los amigos y conocidos de los conocidos.
Reparándose de los consejos indiferentes que daba a los desdichados,se arriesgó al método menos practicado (y es entendible el porqué) por cualquier psicólogo o psiquiatra, admitiendo la débil esperanza de lograr comprobar su teoría de que en un problema de un hombre están las causas de infelicidad de todos los hombres.
Quería engendrar intencionalmente en él mismo los problemas de cada uno de ellos y obtener la fatídica solución para luego suministrarla a sus amigos.
El orden no importaba.
Fue al burdel más cercano y se aventuró en el mal de Guido; la desgracia del amor.
-Vamos a mi casa, es mejor que aquí –le dijo a la muchacha flaca y blanda a fuerza de tantos ultrajes por viejos adúlteros. Ella aceptó.
Fue un sexo escueto, con sabor a residuos de otras pieles y la inocencia de alguien quien nunca antes ha amado.
No requirió una alteración de sus fuerzas para incurrir en el insomnio, Pensaba y repensaba en el sucedo de hace unos minutos, y en el GRAN problema en que se había metido, quizás desprovisto de solución.
Ahora, el otro mal: llanto, Para el casi indolente Ignacio esta suponía ser la más ardua tarea.
Esa incertidumbre se esfumó cuando la muchacha al día siguiente se marchó.
No sé si Brosnoli logró enamorase, creo que él tampoco lo supo, pero lloró. Lagrimas puras bajaban de sus ojos somnolientos, las gotas de agua más tristes y primeras y últimas de alguien que ve a la única mujer que nunca quisiera, cerrar la puerta. Lagrimas insoportables para unos ojos estoicistas. Lagrimas que se confundían en los días en que el cielo lo perforaba con su lluvia. Y la gente miraba indiferente.
No importa, jamás lo volveré a ver –seguro pensaban.
Quieto en su cama Brosnoli mira el dibujo de las moscas en el techo, oye el rugir del viento. En las lentas horas se entretiene con un libro que jamás termina. Y ahí es cuando te cobran el precio por tener memoria o más bien, porque el corazón elija y no tu cabeza. Empiezan los va-i-vén, los sí y no del amor, los no siento pero no hinques el recuerdo que cualquiera siente su aguja. Ya había tomado pastillas pero en vano son éstas si lo que se quiere es dormir al corazón.
Brosnoli estaba ansioso, iba a llamar a un amigo para contarle sus recientes aflicciones pero se detuvo en el recuerdo del último y más raro mal, el de Charles.
La individualidad para él y para muchos es tema muy difícil, y más cuando se es consciente de ella. El silencio es la forma de soledad más triste, te encierras en una mente que no deja salir chillidos de palabras, te abruma y sigues caviloso sin caer en cuenta de lo que estás haciendo, y de ese acto tan extraño y tan de siempre es de lo único que nunca nos vamos a despojar. Todos los anteriores males habían atacado a alguien que tenía los labios sellados invisiblemente por el silencio, el mayor sellador.
La voluntad tuvo un extraño y tenaz papel en el asunto, porque se había enamorado otrora, había  llorado otrora, había insomniado otrora, pero lo que falto hacer otrora fue probar, y más que eso, saborear el arte del silencio.
No se excedía en el egoísmo de contar sus pesadumbres pero nunca un dolor digno de proferir se retuvo al silencio.
Descartando males dio con el problema de su teoría:
El amor no correspondido con un grito a los mil vientos podía apaciguarse.
El insomnio despertando a otro no se siente.
Las lágrimas si alguien las sabe secar son un agradable mal.
Inevitablemente quedó el silencio.
El silencio- se dijo- sólo lo apaga la muerte.
Entonces fue y termino con él.















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